28 marzo, 2024
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Marcelo Schapces: “Quien escribe poesía está dejando algo de sí mismo, aunque nadie se lo pida”

En su segundo poemario “Constancia para transgredir”, el productor, director y guionista Marcelo Schapces reúne más de treinta poemas en los que mira tópicos como el amor, el dolor, el horror y la política con una voz íntima, a veces melancólica, otras más punzante y sagaz, que entrega todo lo que tiene porque, como dice el autor, “quien escribe poesía está dejando algo de sí mismo, aunque nadie se lo pida”.

Publicado por editorial Azul Francia y con ilustraciones del artista Aldo Requena, el libro acerca poemas de distintos tiempos, principalmente de los últimos diez años pero también se incluye un “salto hacia atrás” con un poema de 1999, “El cuerpo de mi padre”, donde el autor escribe “Se acerca/ Se va/ Permanezco junto al cuerpo muerto de mi padre/ Lo toco/ Todavía tibio/ ¿En qué momento cada una de sus razones abandona la vida?/ ¿Cuándo llorar?”.

Especialista en cine, literatura y cómic del género fantástico y de terror, Schapces (1958, Lomas de Zamora) es director de los films “La velocidad funda el olvido” y “Necronomicón. El libro del infierno” que sea basa en el mito creado por el escritor H.P Lovecraft sobre la existencia de uno de los ejemplares del Necronomicón en la Biblioteca Nacional. Además es productor general de la compañía Barakacine mediante la cual produjo más de 40 largometrajes, documentales y programas de televisión, como la película “Juan y Eva”.

En este segundo libro -el primero fue “Para una noche incompleta”, de 1981- también el tiempo que es la pandemia está presente en los primeros poemas de “Constancia de transgresión”, cuando por ejemplo el cineasta escribe un texto titulado “Perros” (fechado en septiembre de 2020): “Lloremos lo que se fue y lo que queda/ junto a mi perro callejero, sobre el cielo del pasado”.

“La pandemia me trajo cierta melancolía bradburyana. Soy muy lector de ciencia ficción sobre todo en mi adolescencia, y era casi inevitable que estos paisajes (interiores y exteriores) que tuvimos sobre todo en 2020, me trajeran ese aire de fin de temporada, de apocalipsis leve, aunque furioso, con que están escritos los dos o tres primeros poemas. El mundo ha cambiado, definitivamente, y la sociedad humana es básicamente un espanto. Pero siempre podemos mirar el final con calma, desde una ventana, apenas asomados, escribiendo”, sostiene en entrevista con Télam.

– Télam: Aunque en este libro hay muchos tiempos de escritura, el título “Constancia para transgredir” se presenta como hilo conductor que une la consistencia de la perseverancia con esa fuerza desnormalizadora que es la transgresión ¿cómo lo leés?

-Marcelo Schapces: Podría decir que los textos esperaron su momento. Desde adolescente, nunca dejé de sentir que yo era alguien que escribe, no importa si cuentos, poemas, artículos periodísticos o guiones de cine. Y no importa tampoco si es mi principal actividad profesional, o no. Yo soy escritor y lector, o viceversa. Y no me pasa igual con el cine, que se supone sí es mi actividad principal. Como espectador fui perdiendo estupor o inocencia. Todavía me emociono y mucho, pero ya no es lo mismo que cuando vi por primera vez a los 13 años “El ángel exterminador”, de Buñuel. En cambio, siento que soy de alguna manera el mismo lector, y el mismo que continúa escribiendo. Esa es, quizás, la constancia para transgredir del título.

-T: Sos guionista, director y productor de cine pero ¿cómo es la relación con la poesía?

-M.S: Escribo textos de ficción o poesía, por llamarlos de alguna manera, desde los 12 años. Y hay textos que releo de aquella época y me resultan más “iluminados” que otros que he escrito y tienen pocos años. Puede que maduren las palabras y el trabajo y la tarea constante con las palabras sea necesario, pero yo sigo confiado en los momentos de combustión, y en general, prefiero no tener idea de cómo se llega a escribir “he aquí el tiempo de los asesinos” (Rimbaud), o “el mundo es el abismo del alma” (Artaud), o “los disparos de la belleza incesante” (Gelman), o “se acerca Dios en pilchas de loquero” (Fijman). Y, obviamente solo por nombrar algunas palabras, las que me vienen a la mente ahora que escribo esta reflexión.

-T: “Poner en palabras./¿Dónde? ¿Cómo? ¿Qué palabras?/ Poner como quien deposita confianza/ Aunque no la merezcan las palabras”, escribís en el poema “Palabras”. Así como las palabras ¿qué potencia le das al lenguaje poético?

-M.S: Quien escribe poesía está dejando algo de sí mismo, aunque nadie se lo pida. Es mi forma de estar arrojado en el mundo como decía Heidegger. Hace más de un siglo que no se escribe poesía por encargo de nadie y sin embargo cada noche del mundo alguien (o muchos), mujeres y hombres, maduros y adolescentes, se enfrentan a la palabra para disecarla o darle otra vida, para transformar lo miserable en bello, o al menos en un supuesto acto de belleza. Yo tengo más confianza en la potencia de las palabras, en su transmigración en acto, que en el colisionador de hadrones o las certezas del bosón de Higgs.

-T: Hay una voz generacional y política de arengas, “compañeros”, una especie de mirada subalterna del amor, la muerte, lo cotidiano, el almuerzo familiar; incluso dedicás un poema a Juan Gelman ¿reconocés estas huellas?

-M.S: Gelman, Boccanera, Idea Vilariño, Fernández Moreno, Pizarnik, Tuñón. Todas son huellas, ovillo de donde tirar del hilo, fueguitos que alumbran (otra vez Gelman). La poesía me deslumbra, llega como muchas cosas a mi memoria, pero se queda mucho más que otras, sobre todo los descubrimientos de infancia y adolescencia. Todavía puedo recitar completo “El cuervo” de Poe (en la bella traducción de Pérez Bonalde), o El General Quiroga va en coche al muere”, de Borges, o todo “El gallo cantor”, de Gelman. Casi todo lo que escribo tiene algo que lo ha precedido y que me lleva a sentarme frente a las palabras para tratar de desordenarlas y darles otra oportunidad de vida.

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