17 abril, 2024
Arte Cultura

Una rigurosa y radical contemplación

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La vida de Carmen Laffón ha sido, literalmente, un ir y venir por un río. Un continuo bajar y remontar el Guadalquivir desde su Sevilla natal a Sanlúcar de Barrameda, donde desemboca y donde ella descansaba desde pequeña en los largos veranos de entonces, huyendo su familia de los rigores de la canícula hispalense. Con los años Sanlúcar, y más concretamente La Jara, iría acaparando el tiempo de Laffón y centraría su labor pictórica y escultórica.

Ahora, en su último remontar, llega su cuerpo de nuevo a su casa familiar, convertida en su estudio y residencia por el arquitecto y artista José Ramón Sierra, que también construyó su casa y estudio en La Jara, donde durmió ya para siempre, mientras trabajaba, incluso el día anterior a su fallecimiento, en una nueva serie de grandes cuadros y dibujos. El primero, el estudio, convenientemente orientado para que su luz fuera la adecuada mientras pintaba, permitía la contemplación de una viña y una huerta primorosamente cuidadas en el fértil campo entre Sanlúcar y Chipiona. La segunda, la casa con su alberca, con unas vistas espléndidas sobre la desembocadura, el océano, el Coto de Doñana y los corrales de pesca, fomentaba la contemplación del horizonte y, también, las sobremesas con los colegas y amigos.

No es baladí citar y rememorar estos lugares, puesto que la obra de Laffón es el paisaje de su vida, o mejor dicho aún, son sus vividos paisajes, en los que ella deambulaba con su discreción y naturalidad características mientras detenía su mirada enseñando a ver lo que teníamos ante nosotros o, también, sugiriendo mirar de otro modo aquello que nos era tan familiar.

Solo citar estos accidentes geográficos y domésticos significa en estos momentos tan dolorosos de su pérdida rememorar algunas de las grandes series en las que esta artista, una de las más importantes del arte español de la segunda mitad del siglo XX, realizó en las últimas décadas de su dilatada trayectoria: ‘El Coto desde Sanlúcar’, ‘Las bajamares’, ‘Las orillas desde Bonanza’, pero sobre todo ‘La viña’, con todas sus derivaciones de esculturas de parras y espuertas cargadas de uvas. Así nos deja ella, cargados los ojos, pero educados para una concepción del paisaje entendido como una radical y rigurosa contemplación.

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